martes, 13 de mayo de 2014

A la calle a vender fruta.


La distancia hace extrañar a todas aquellas personas que has dejado atrás y quisieras volver el tiempo, regresarlas a tu vida y disfrutar su compañía como no lo hiciste ayer, padres y hermanos, familiares y amigos, todos los que de alguna manera te han ayudado a escribir tu historia; Yo los extrañaba a todos y en aquel tiempo fue que comencé a valorarlos y a agradecer a cada uno de ellos por haber estado ahí, dándome luz y alegría o enseñándome una buena lección para ser más fuerte y mejor.

Ahora estaba sola, mi mundo se había reducido a una pequeña burbuja en la que solo cabíamos Javier mis hijos y yo; terminé por aceptar que las cosas eran así y hasta llegue a pensar que esto era normal.

Javier por fin había conseguido un empleo en un taller reparando microbuses pero el salario no alcanzaba. Teníamos una camioneta willys muy vieja que era casi una chatarra a la que había que ponerle aceite casi cada tres cuadras pues lo tiraba a chorros, no tenía vidrios y su carrocería estaba muy oxidada, subí a la camioneta aquella armándome de valor, vencí mis temores, la vergüenza -debo confesar que no fue nada fácil para mí pero lo conseguí- salí a la calle a vender fruta, no era el negocio más redituable ni el mejor y mucho menos el del siglo, pero con lo poco que dejaba de ganancia podíamos completar los gastos de la semana.

Cuando Javier empezó a trabajar por su cuenta haciendo trabajos de mecánica en casa yo dejé de vender fruta, algunas veces tuve que mancharme de grasa para ayudarlo, a partir de ese momento el dinero empezó a llegar con más facilidad haciendo que la economía fuera mejor.

Las cosas parecían irse acomodando de tal manera íbamos retomando las rienda y regresando a la normalidad, pero como siempre, algo malo ya se estaba cocinando y nos esperaba un dolor de cabeza para no perder la costumbre.

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