jueves, 8 de mayo de 2014

La llegada a Mérida, Yucatán.



Ultimo repaso para emprender el viaje. Niños, boletos, maletas, y muchas ganas; ¡listo! subamos al tren.

El viaje fue muy largo, fueron muchas horas, al principio parecía que sería un viaje bonito, siempre había deseado viajar en tren y esta parecía ser la mejor oportunidad de hacerlo.

Las primeras horas fueron muy divertidas, todos estábamos de buen ánimo, pero conforme fueron pasando parecían hacerse cada vez más largas ya aburridas. Y ese ruido monótono que no dejaba de escucharse... ¡Dios! parecía taladrar los oídos golpeteando en el cerebro. Kilometro tras kilometro los niños se inquietaban más, a grado tal de que era casi imposible controlarlos o distraerlos, los entendía perfectamente, yo también estaba desesperada, al final viajar en tren no había sido la mejor opción.

A ratos cuando los niños me daban oportunidad, podía hacer planes para el futuro, o me perdía en añoranzas de mi vida con mis hermanos y mis padres mientras miraba por la ventana la vegetación del camino.

Por fin llegamos a Mérida, ya era de noche y hacía mucho calor, ya sabía que allí el calor era fuerte, pues esa no era la primera vez que visitaba esa ciudad; en realidad algunos años atrás cuando solo habían nacido Israel y Coco y estaban pequeños Javier y yo habíamos ido con la idea de quedarnos a vivir ahí, solo que Coco tuvo mucha diarrea y supusimos que era por el clima y terminando regresándonos a Guadalajara. Por cierto ahora que recuerdo, aquel viaje me gustó mucho a pesar de los inconvenientes que se presentaron y de que la pérdida de mis padres estaba reciente. Pero esa es otra historia.

La idea era llegar por unos días a casa de Luis, hermano de Javier en lo que buscábamos donde vivir, pero las cosas se complicaron un poco y tardamos más de lo pensado.

Un día Luis le dijo Javier que fuera a ver a un hombre, que supuestamente era muy buena persona, y al que llamaban "el regala casas" que ya había hablado él y nos vendería una casa, habría que dar una cantidad como enganche y el resto se lo pagaríamos en mensualidades. Fuimos a ver a esta persona y acordamos comprarle una casa que estaba justo al lado de donde él vivía, le dimos todo lo que teníamos de dinero y se firmaron documentos que amparaban la compra. En unos días tomamos posesión de la casa y todo parecía ir de maravilla, nunca imaginamos que en realidad ese hombre era un sinvergüenza, puesto que Luis nos lo había recomendado.

Al poco tiempo de estar ahí nos fuimos enterando por la gente que ese hombre era un ratero que vendía las casas con papeles falsos y que en el momento que él lo disponía se las quitaba.

¡El hombre nos había estafado! no teníamos ni un peso para salirnos ni demandar y para colmo Javier no encontraba trabajo, nadie quería contratarlo por venir de la ciudad de México, en Mérida en aquel tiempo el simple hecho de ser de otra ciudad te convertía en un delincuente, según los lugareños.

Ahí empezó un largo calvario que duró varios años...

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