sábado, 3 de mayo de 2014

No fue paranoia.


Los días pasaban sin grandes novedades, las cosas entre Javier y yo parecían haber entrado en una tranquilidad que daba miedo, no sabía que pensar, el recuerdo de los viejos problemas me mantenían alerta a cualquier suceso que pudiera parecer una señal de que algo no marchaba bien, como cuando el silencio de los niños es aviso de que algo anda mal. ¿paranoica? puede ser, pero no se nace con temor, este se adquiere con malas experiencias.

De cualquier forma trataba de ser feliz y disfrutar de aquella etapa de paz que estaba viviendo, pero como siempre no faltaba algo que me crispara los nervios, una día al ir a recoger a los niños a la escuela, Coco me dijo que se sentía mal, que le dolía mucho la cabeza pues se un niño lo había empujado y él se había golpeado la cabeza, noté que estaba durmiéndose y de la nada comenzó a decir incoherencias, sin dudarlo lo llevé de inmediato al médico quien lo reviso y me dijo que lo llevara al hospital para que le hicieran una mejor revisión y algunos estudios. Por suerte era la hora de comer y Javier estaba en casa por lo que lo llevamos rápidamente al hospital; Allí me lo internaron y lo retuvieron para su observación hasta el día siguiente. Le hicieron placas y tomografía para asegurarse que no tuviera algún daño en el cráneo o el cerebro, por fortuna no había sido más que el susto. Cada día que pasaba me convencía de que mientras mis hijos vivieran no me faltarías preocupaciones. Cuando te conviertes en madre te conviertes en la candidata perfecta para que la vida te mande problemas y preocupaciones a granel.

Llego el día que dejamos la casa de Jenny para tener nuestro espacio, cosa que si he de decir verdad me hacía ilusión pues como lo dije antes en ese momento las cosas entre Javier y yo iban de maravilla, todo parecía indicar que así duraría por mucho tiempo hasta llegué a pesar que por fin nos estábamos entendiendo y conectando.

Javier me puso una papelería, entre que él ponía de sus ingresos para mercancía y que nos estaba yendo bien, pronto se estaba convirtiendo en un negocio redituable; yo estaba muy contenta, los días se me iban volado, apenas si me alcanzaba el tiempo para atender casa niños y negocio, pero yo me sentía tan bien que ni se me hacía pesado.

Después de algunos meses de felicidad y armonía Javier empezó otra vez a beber mucho alcohol y la estabilidad que habíamos tenido hasta ese momento comenzó a tambalearse, y en poco tiempo me llegaron rumores de que él me engañaba con una mujer que trabajaba en una tortillería. Después de todo no era una paranoica.

Trate de dejarlo pero él me dijo que si me iba me fuera sola porque no permitiría que me llevara a ninguno de los niños, yo muy segura de que en unos días me buscaría me fui nuevamente a casa de mi hermana. Pasaban los días y él no me buscaba, el siguiente fin de semana fui a ver a mis hijos, mi sorpresa fue grande cuando llegue y encontré a la tortillera metida en mi casa, enseguida comprendí porque Javier no me había buscado.

Ver a esa mujer metida en mi casa ocupando mi lugar hizo que la sangre me hirviera y sin pensarlo terminé echándola a la calle, no podía permitir que esa mujer estuviera con mis hijos y Javier me los quitara de esa manera.

Nuevamente el pidió perdón, aseguró estar arrepentido y amarme mucho. Volví a cerrar los ojos y acepte sus disculpas, aunque la verdad es que en el fondo de mi, iba guardando mucho resentimiento.

¿Cómo es que se puede jurar amar a alguien cuando se le daña tanto?

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