sábado, 28 de mayo de 2016

El hombre del parque. Parte 3





A la sombra del viejo pirul hablamos de todo y de nada, del sol y las estrellas, de amores y desamores, de nuestras grandezas y hasta de nuestras miserias; no nos dimos cuenta que sin saber siquiera nuestros nombres, cada uno había desnudado su alma frente al otro sin llegar a sentirse vulnerable.

Me habló del adolescente que fue, me contó que aun seguía atrapado en un cuarto con techo de láminas en un barrio miserable donde las circunstancias de la vida lo habían obligado a vivir, narró la forma en que había sido abusado por su padre al poner sobre sus hombros obligaciones que no le correspondían... -Sus ojos se humedecieron y nuevamente su voz se quebró- Aún le dolía el recuerdo. En ese momento pude ver en sus ojos la mirada de aquel adolescente lleno de rabia, impotencia y frustración; vi al chico lleno de miedos que aún vivía oculto en su cuerpo de hombre valiente y triunfador.

Sus circunstancias habían cambiado, él las había cambiado, pero, parecía no darse cuenta, no notaba que era mucho más fuerte de lo que él creía, prefería dejarse vencer por los miedos que había obtenido en su adolescencia, dejaba que el pensamiento heredado de sus padres dominará. Era mucho más cómodo, pero no comprendía que ese pensamiento no iba con él, él era otra persona con un carácter diferente, con sueños y necesidades diferentes a los de sus padres. El pobre seguía cargando sobre su espalda responsabilidades que no le correspondían e intentaba purgar los errores de un padre ausente.

Él descargo en mis oídos su frustración y su impotencia, sus miedos y sus tristezas, yo lo escuche, lo comprendí y me habría gustado ayudarlo a salir de su prisión, pero no era yo quien podía hacerlo, era sólo él quien debería encontrar las respuestas, era él quien tenía que armarse de coraje y valor, esa era la única manera de liberar al chico que llevaba dentro, para poder ser feliz.

Y así, hablando de todo y de nada se nos fue la mañana. Cuando nos despedimos no hubo promesa de volver a vernos, él soltó mi mano, me miro a los ojos y se marchó. Comprendí que no volveríamos a vernos y debo confesar que en el fondo sentí una gran tristeza, pero estábamos destinados a ser sólo flor de un día, a ser estrellas fugaces cruzando un cielo que no nos pretenecía.

Ese día fuimos dos extraños sentados en un parque, dos desconocidos tomados de la mano como si se conocieran de toda la vida, dos extranjeros de visita en el mundo del otro... Sí, aquel día fuimos dos soles que se iluminaron el alma por un momento, y que nunca más se volvieron a ver.

Fin.

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