viernes, 27 de mayo de 2016

El hombre del parque.Parte 1




A veces amanezco con ganas salir de este encierro voluntario en el que vivo confinada, y no es que pese la soledad, es sólo que de vez en cuando siento el deseo de salir para admirar las maravillas que nos da el ser supremo de manera gratuita. Me gusta sentir el sol calentando la piel y el aire rozando suavemente la cara al tiempo que revuelve los cabellos, me gusta mirar el verde de los prados, los colores de las flores y los árboles de diferentes tamaños que crecen dispersos por el camino, me gusta escuchar el canto de los pájaros que parece acompañarme durante el recorrido; en fin, que me gusta cargarme con toda esa energía que me regala la naturaleza.

Y esa mañana sin tanto pensarlo salí de casa, e inicié mi caminata, mis pasos me llevaron a un pequeño parque con caminos de adoquín rojo decolorado por el sol a cuyos lados se hallaban pequeños jardines cubiertos de verde pasto y flores silvestres. Cada calle finalizaba en el centro del parque donde se encontraba una gran fuente de forma circular a la que rodeaba el camino. Por todo el parque había bancas hechas de cemento para que los visitantes pudieran sentarse a descansar, leer o simplemente pensar.

El parque estaba solitario, a esa hora de la mañana es casi imposible cruzarse con alguien en el camino, esto era perfecto para una persona ermitaña como yo a la que no le gusta mucho la gente; y no es exactamente que no me agrade, pero prefiero mantenerla a cierta distancia, no soy partidaria del chismorreo ni del ruido ni la banalidad.

Después de caminar más de una hora, y sin muchas ganas de regresar aún a casa, me senté en una banca que estaba bajo un viejo y enorme árbol de pirul cuya sombra era perfecta para descansar. Soplaba un viento suave, cerré los ojos y me dispuse a disfrutar de esa sensación de ser acariciada por las sutiles y delicadas manos del aire. No había pasado mucho tiempo cuando sentí que alguien se sentaba a mi lado, asustada abrí los ojos y voltee a mirar quien había tenido la osadía de interrumpir mis pensamientos invadiendo mi banca.

Mi sorpresa fue grande al mirar a aquel hombre nada mal parecido y bien vestido. Mi primer impulso fue levantarme y alejarme, pero al intentarlo el sujeto me tomo del brazo con delicadeza, con voz muy suave y en tono un tanto suplicante dijo -Por favor no te vayas, no quiero hacerte daño-

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