sábado, 28 de mayo de 2016

El hombre del parque. Parte 2


En ese momento giré un poco mi cuerpo hasta quedar sentada mirando hacia Él, observe su rostro pálido y desencajado, sus ojos color marrón  tenían una hermosa, transparente y profunda mirada triste que invitaba a pasar hasta el fondo de su alma, fue entonces que sus labios sonrieron con más melancolía que alegría.

Durante un largo rato, ninguno de los dos pronunció palabra alguna, estuvimos callados escuchando el canto de los pájaros y metidos en nuestros propios pensamientos. Me acostumbre rápidamente a su presencia y hasta llegué a sentirme cómoda sabiéndolo sentado a mi lado, la sensación de desconfianza había desaparecido.

Y ahí estábamos los dos haciéndonos compañía, sin hablar, sin pronunciar una sola palabra; y sin embargo me sentía conectada con aquel hombre al que jamás había visto y del que no sabía ni su nombre... Jamás había experimentado algo tan maravilloso.

¿Alguna vez notaste lo triste que es darte cuenta de que no basta toda tu luz para iluminar a alguien cuya oscuridad es inmensa? -Preguntó mientras mantenía fija la mirada en la nada-  Su pregunta me desconcertó, a decir verdad eso era algo que jamás  había pasado por mi mente, no respondí nada, me quedé al igual que él con la mirada perdida y tratando de comprender bien a qué se refería exactamente.

Lo intenté una vez -dijo con voz muy baja- pero con gran frustración descubrí que sólo fui una pequeña luciérnaga intentando iluminar su inmensa oscuridad, ella opacaba mi luz con la negrura de su alma, y sin embargo la amé con toda el alma, con toda mi grandeza, con toda mi luz y todas mis fuerzas... Su voz pareció quebrarse y no pudo seguir diciendo nada. -Sé bien lo que se siente cuando las palabras se anudan en la garganta y se niegan a salir-

Yo estaba sorprendida, jamás había conocido un hombre que supiera amar de esa manera. Instintivamente tome su mano y la apreté con fuerza, no sabía que decir, era evidente que el hombre sufría y más que palabras necesitaba consuelo, yo estaba ahí por alguna razón, el destino me había puesto en aquel lugar quizá para consolarlo... Quizá para aprender de sus palabras. Sea cual fuere la razón por la que ese día mis pasos me llevaron a esa banca, lo cierto es que dios y el destino se habían confabulado para hacer posible aquel encuentro.

Él sostenía mi mano con fuerza, como si se aferrara al consuelo que ésta le brindaba. A veces no hace falta más que el calor de una mano para sentirnos cobijados y protegidos    -sin importar de quien sea esa mano- a veces las cosas que a simple vista parecen insignificantes son las más llenan el corazón.

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