¿Te mueres o me muero? -soltó bruscamente la pregunta, al
tiempo que mantenía fija la mirada en su pupila intentando asomarse a las profundidades
de su interlocutor- No podemos seguir vivos los dos en este mundo; no después
de habernos conocidos... No después de haberme hecho tanto daño amándote. Y,
aunque asumo toda la responsabilidad porque comprendo que fui yo, y sólo yo la
que se rompió el corazón al confiar en un infiel, comprende que no cabemos los
dos en este mundo.
De uno de sus bolsillos sacó una moneda, del otro una
baraja; acercó los objetos a sus manos y con voz pausada y serena le escupió en
la cara una nueva pregunta ¿Decides tú, o lo echamos a suerte? Él no hacía más
que mirarla, era incapaz de asimilar lo que estaba pasando; todo cuanto decía
parecía absurdo, tenía que ser una broma ridícula y macabra, sólo que tal
comportamiento no podía provenir del ser amoroso y tierno que ella hasta ese
día le había mostrado.
Y el silencio fue roto por
burlonas carcajadas. Sabía que no tendrías el valor de elegir ¡No eres
más que un cobarde, siempre lo has sido! Siempre cubriéndote las espaldas y
ocultándote tras personas que nada tienen que ver con la porquería que llevas
dentro, te quejas de una vida miserable y de tu mala suerte pero no eres capaz
de salir de ella, al contrario, pusilánime la acaricias y la amas revolcándote
en su miseria, pero... Ya es tiempo de que aprendas a hacerte responsable de
tus actos, tú cooperaste abriéndome las puertas del cielo y haciéndome creer
que podía volar en su infinita grandeza.
Volvió a mostrarle los objetos que aún tenía en las manos, y
esta vez en tono amenazante y afirmativo dijo sin dejar de mirarle, ¡Te mueres
tú o me muero yo! y la decisión la
dejaremos al azar. ¿Usamos la moneda, o las cartas...? Sí, lo mejor será lanzar
la moneda al aire, siempre es la mejor opción en estos casos, -él continúo
mirándola sin decir nada-ella lanzó la moneda y siguió con el monólogo; ¡águila! esa es la cara de la moneda que
siempre me da suerte.
La moneda pareció flotar en el aire mientras giraba, ambos
la miraron mientras ésta daba un espectáculo acrobático que parecía vencer a la
gravedad resistiéndose a caer; ella la miraba con resignación, mientras él la
veía con miedo, pero la función no podía ser eterna y la moneda por fin cayó al
suelo dando sus últimos giros antes de mostrar la cara ganadora. ¡Gané! la
osadía siempre gana, mi amor ¿Nadie te lo dijo antes? Gané y esta noche huele a
muerte, a tu muerte...
A la mañana siguiente el lugar se llenó de mirones y
curiosos; todos querían mirar los cuerpos del hombre que murió de cobardía y la
mujer que murió de amor.