Era de mañana cuando la encontré sentada frente a una fogata
improvisada en el jardín. Tenía los ojos hinchados y rojos de tanto llorar; era
más que evidente que no había dormido en toda la noche. Tenía la mirada perdida
en las llamas que avivaba arrojando en ellas fotografías y papeles que, por lo
que alcancé a ver estaban escritos por ella. Esto no era nada bueno; llevaba
años guardando todo papel en el que había puesto de prisa algún garabato, -es
para que no me olvide de esta idea- es lo que decía siempre.
Estaba ahí tan
indefensa y débil. Sentada en el suelo
con las piernas flexionadas y los pies descalzos, la espalda encorvada y
la barbilla recargada en sus rodillas; vestía una ligera blusa sin mangas y su
acostumbrado pantalón corto que usaba cuando estaba en casa. A saber cuántas
horas llevaba sentada a la intemperie sin abrigo alguno, su piel amoratada hacía
pensar que ya tenía mucho tiempo en esa posición bajo el sereno.
Aquella impactante escena me dejó petrificada, esa mujer
vencida no era la misma que conocía; aquella tenía una hermosa sonrisa y los
ojos brillantes como luceros, siempre optimista, siempre diciendo boberías e
inventando nuevas maneras para poder comerse el mundo entero de un solo bocado;
en cambio ésta que estaba frente a mis ojos estaba convertida en una piltrafa,
desgarraba el alma verla en ese estado, perdida, desquiciada y derrotada. Con
un nudo en la garganta y casi al borde de las lagrimas, sólo atiné a preguntar:
– ¿Qué te ha pasado?
Ella se volvió hacia mí de golpe, de un salto se levantó y
frenética comenzó a patear los papeles al tiempo que despotricaba improperios.
– ¡Maldito granuja
desalmado! me dejó, ¡Sí! me dejó... Pero no pasa nada, se marchó con la promesa
de esperarme en otra vida, ¿puedes creerlo?... ¡¿Para qué carajos lo quiero en
otra vida?! Ni siquiera tengo la certeza de que otra vida exista, es más, no
estoy segura si sigo viva. ¡¿En otra vida...?!¡ Eso es una burla!... ¡Maldito
desgraciado!
Después vino el silencio... Uno a uno levantó los papeles
regados por el jardín, los metió bajo su blusa y se sentó nuevamente en el
suelo frente a la hoguera; su mirada y sus pensamientos se metieron en el fuego
hasta que éste se extinguió. Después letargo... Después lejanía y ausencia.
El fuego había calcinado sus sentimientos y su cordura, en
ese momento comprendí que ella había subido al tren de la enajenación, para
emprender un viaje sin regreso... Hay amores que se llevan la vida y amores que
llevan a la locura.
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