Imagen tomada de http://www.santuariodelosmartiresdecristo.org |
Como dije antes en mi casa la religión era una de las
cosas más importantes que existía, por lo que si querías llevar la fiesta en
paz tenias que ir a misa todos los días, rezar el rosario, confesarte cada
semana y un montón de cosas más, debido a este estilo de vida conocí algunas
personas interesantes que me dejaron lindos recuerdos.
Cuando tenía doce años para dar gusto a mi madre me hice
catequista, ¡sí! daba catecismo todos los Sábados a un pequeño grupos de niños
que querían hacer su primera comunión y debo confesar que en el fondo me
gustaba hacerlo aunque no lo puedan creer.
Todos los Sábados antes de que los niños llegaran, un
grupo de seminaristas nos daba a las
catequistas un clase para instruirnos sobre el tema que enseñaríamos ese día a
los niños.
En una ocasión entre los seminaristas llego un chico que
desde el primer momento me encanto, tenía el cabello largo y una cara tan linda...¡
era tan guapo! en ese momento yo no
sabía que el ya no estaba en el seminario, por lo que de pronto me sentí
culpable, no debía poner mis ojos en él, seguro que Dios me iba a castigar.
Durante el tiempo que duro la clase que por cierto
dábamos en los jardines de la iglesia, él se quedo observándome de lejos, no lo
podía creer parecía que yo también le había gustado pero, ¡ay Dios! no podía
ser, era un seminarista, estaba mereciendo que me quemaran en la hoguera.
Cuando termino la clase, nos presentaron y fue cuando
supe que no era seminarista que gran alivio sentí, podía poner mis ojos en el
con toda libertad aunque fuera seis años mayor. En aquella época mi cuerpo ya no parecía el de una niña así que no era
extraño que un chico mayor que yo por varios años se hubiera fijado en mi; este
hombre paso a ser el primero de los hombres más importantes de mi vida; hoy me
pregunto si realmente lo amé mucho o solo fue mi gran obsesión, lo cierto es
que su recuerdo me ha acompañado toda la vida.
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