Imagen tomada de: http://www.mimorelia.com/noticias/43959
En el patio había un enorme y frondoso árbol de aguacate,
era mi árbol favorito, me encantaba subir en él, era mi gran logro poder trepar
por sus ramas y alcanzar sus frutos.
Ricardo, Roberto y yo pasamos muchas horas jugando en él,
cuando no estábamos sobre su ramas jugábamos bajo su sombra canicas o
cochecitos o lo que se nos pudiera ocurrir, era tal vez nuestro sitio favorito
para jugar.
En una ocasión hicimos un columpio colgando una soga en una
de sus ramas y pusimos una tabla sobrepuesta para que la cuerda no nos
lastimara al sentarnos, y nos
columpiábamos muy fuerte hasta llegar a
la altura del techo de una vieja bodega
que estaba junto al árbol, era tan divertido, se sentía una gran emoción poder estar a esa altura, era casi como poder
volar.
Un día que Roberto y yo jugábamos en el columpio, el se cayó
justo cuando estaba en la parte más alta, se quedo inconsciente tirado en el
piso con la tabla que usábamos de asiento a su lado, me asuste tanto... comencé
a moverlo al tiempo que le hablaba, pero él no reaccionaba, primero supuse que
solo estaba jugando y quería asustarme (cosa que consiguió) solo que al ver que
no reaccionaba entre en pánico y desesperada por hacerlo reaccionar tome la
tabla y con fuerza lo golpeé en el estómago, inmediatamente el comenzó a llorar
¡Dios que alivio sentí! Hoy cuando lo
recuerdo me muero de risa pero la verdad es que fue una de las veces que más
miedo he sentido en mi vida.
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