Ese fue el inicio de algo especial que surgió entre
letras y hojas de papel perfectamente dobladas y guardadas en sobres de color azul y sobres perfumados.
Patsy jamás imaginó que pudieran decirse tantas cosas de
esa manera y mucho menos que pudiera nacer
un sentimiento, a grado tal que llego a sentirse locamente enamorada por la
pluma del hombre que escribía tantas cosas hermosas.
La ilusión y la emoción de la espera entre una carta y
otra le agregaba un toque único y especial a esta experiencia.
Después de algunos meses de sostener comunicación escrita
una noche sonó el timbre del teléfono, al otro lado de la línea se escuchó una
voz masculina
-Buenas noches, me comunica con Don Guillermo por favor-
Robert había tomado la llamada, y sin decir nada se
volvió a ver a su padre
-Te llaman papá-
Don Guillermo tomo el auricular y con cierta agradable sorpresa saludó a quien quiera que estuviera
al otro lado, charlaron por un momento y después de un momento colgó, miró a
Pat y con voz serena dijo
-Patsy, el fin de semana te viene a visitar Esteban-
Ella quedó muda por un momento como si no hubiera
comprendido lo que su padre acababa de decirle, de pronto su rostro se iluminó
y su boca de curvó en una sonrisa ilusionada. Por fin volvería a ver a aquel
hombre que había conseguido despertar el interés y las ilusiones de la chica.
Apenas era martes, faltaban cuatro días para el sábado que es cuando él llegaría,
para ella dadas las circunstancias le parecía una eternidad el tiempo que
faltaba para ese día, aún así no le quedaba más remedio que armarse de
paciencia y esperar.
Esa noche no pudo conciliar el sueño pensando en lo lindo
que sería volver a tener a Esteban frente a ella... Y venía de tan lejos a
visitarla, eso era lo mejor, lo que la hacía sentirse importante.
Por la mañana se preparó para ir a la escuela, moría por
contar a sus amigas sobre la visita que vendría a verla. Seguramente las
compañeras no creerían lo que les iba a contar, parecía como un cuento de hadas
totalmente increíble.
El tiempo corría más lento que de costumbre, más lento
que cuando ella esperaba el día de su cumpleaños o el día de navidad por
aquello de los regalos. Miraba constantemente el reloj esperando que las horas
se fueran más de prisa, pero nada, cada vez que lo hacía apenas habían pasado
cinco o diez minutos, a este paso nunca llegaría el Sábado.
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