Imagen tomada de: http://antroporama.net/ |
Soñar es un narcótico muy adictivo se inicia con poco pero, cada día pide más... y más... hasta que llega el momento en que se necesita para vivir tanto como comer y respirar, por lo que terminé soñando dormida y despierta. Esto parecía hacerme mucho bien, los días parecían más ligeros y alegres.
Ver a mis hijos grandes, felices, triunfadores y muy unidos a mí, era uno de mis sueños favoritos y parte de ese sueño se me hizo realidad, y otra parte se convirtió en pesadilla.
Aún ahora no logro comprender por qué el empeño de imaginar el futuro, tantos sueños y ahora veo que nada resulto como lo soñé. Imaginé tantas cosas bellas, habría asegurado que las cosas serían como las supuse y nada fue así.
Con profunda tristeza descubrí que no existe el príncipe azul que viene en blanco corcel a rescatar a la princesa encerrada en la torre, ni hay tal cosa como el vivieron felices para siempre porque el amor no dura eternamente.
Lo único que conseguí fue convertirme en una soñadora empedernida perdida en las nubes, odiando la realidad y amando las fantasía por ser lo único que era capaz de dirigir.
Para sobrevivir hay que aprender ser feliz con lo que te da la vida, sobre todo si se termina como yo, atrapada en un torbellino de rutina, aburrimiento y soledad compartida que te envuelve y atrapa cada vez más sin dejarte escapar.
Entre sueños, fantasías, alguna que otra decepción y varios intentos de escapar mis niños seguían creciendo y la vida pasando, hasta que llegó el día en que mi cuerpo decidió regalarme otro bonito motivo para vivir.
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