Cambiarse de casa siempre parece una buena
oportunidad para un nuevo comienzo. -Nuevo espacio, nuevos vecinos- y hasta
puedes creer que con la mudanza vendrá una nueva vida, pero al desempacar te
das cuenta que en las maletas incluso metiste aquello que hubieras deseado
dejar olvidado: las cadenas, la sumisión y el conformismo que te hacen parecer
un ser oscuro e indiferente.
A ratos no alcanzaban los destellos de luz y color que me daban mis
hijos para ser completamente feliz, siempre faltaba algo, siempre había un
vacío y las risas se iban perdiendo cada vez más en el camino.
Una vez instalados en la nueva casa una vecina
me trajo a una chica de un rancho para que me ayudara a cuidar a mis pequeños,
era muy pesado atender casa y cuatros niños cuyas edades estaban entre los seis
meses y los seis años. Al poco tiempo empecé a notar que todos se rascaban
mucho la cabeza ¡Ay Dios! estaban llenos de piojos, la chiquilla del rancho se
los había pegado. Hice hasta lo imposible por acabar con la plaga pero no había
manera, se multiplicaban a una velocidad increíble como si cada día nacieran miles
de ellos, mientras no se limpiara la cabeza de esa niña seguirían poblando las
cabecitas de mis niños. para bien o para mal, para muchas cosas siempre he sido
muy radical y extremista, de modo que la única solución era... ¡raparlos! si no
había cabello no tendrían donde esconderse los bichitos. Pues manos a la obra,
tijera en mano me dispuse a dejar sus cabecitas lisas y brillantes y no paré
hasta que los cuatro parecían hijos de young caine el personaje de la serie de
televisión kung fu de los 70's. Y la chica que los contagió termino regresando
a su rancho junto con su criadero de piojos. Fue tanta la impresión que me
causaron los animalitos esos que yo también sentía paticas que caminaban en mi
cabeza aún cuando mi cuñada Juanita ya me había revisado varias veces e
insistía que no tenía nada. Pero ya saben, cuando se me mete algo en la cabeza,
no hay poder humano que me lo saque. Un buen día cuando llego Juanita ya la
estaba esperando con las tijeras y la navaja de rasurar en la mesa, ¡sí! le
pedí que me cortara el cabello, ella un tanto incrédula después de preguntar
varias veces si realmente quería hacerlo dio el primer corte, debo confesar que
me arrepentí al ver el primer mechón de pelo caer al suelo, pero ya no había
vuelta atrás, terminé convertida en la esposa del personaje de la serie de
televisión. El único que se salvo fue Javier, y eso porque se negó rotundamente
a que se le cortara un solo cabello. Qué lástima que no tengo ninguna foto de
aquel tiempo para recordar cómo es que nos veíamos todos pelones, sobre todo yo
que seguramente me veía horrible, viéndolo por el lado amable creo que nos hacía
falta un buen cambio de look, no puedo
evitar soltar una enorme carcajada solo de recordarlo, siempre he estado un
poco loca pero aquello que fue un ataque muy grave.
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