Estoy condenada a no tenerle, el corazón lo sabe pero se
niega a aceptarlo y se transforma en implacable verdugo que martiriza la
conciencia en un intento desesperado por matar toda lógica y razón, y así sin
darme cuenta me encuentro disfrutando del dolor que produce saber que nunca ha
de ser mío. Amarle se ha convertido en el peor acto de masoquismo al que me he
podido someter.
Pero la mente que no se da por vencida, en los pocos
momentos de lucidez que consigue darme, me hace ver que el amor ha muerto
dejando en su lugar un sentimiento enfermo, que cual ácido carcome el alma,
aniquila la esperanza y termina con la vida lentamente. Entonces quiero huir,
intento borrar todo recuerdo y desaparecer todo rastro de su cobarde y
resignada presencia.
Durante los escasos y mínimos momentos de cordura -que
parecen apenas destellos en medio de la densa bruma que crea este infectado
sentimiento- Me doy cuenta que el amor es otra cosa.
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