Se acostumbró a
mirarse en unos ojos distantes, fríos, muertos.
Se habituó a una existencia
llena de trato indiferente, carente de pasión y llena de soledades compartidas.
Se acomodó al lado de
un ser sin pasión, ausente y lejano.
Se endureció y se
resignó a vivir en una larga y letal agonía.
Se acostumbró tanto
al desamor, que cuando el amor llegó, no supo qué hacer con él y lo dejó pasar.
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