Pasó mucho
tiempo comparando sus dos relaciones, comparando a esos dos hombres de su vida
y sobre todo comparando las cosas que había hecho o dejado de hacer en cada una
de esas relaciones. Se dice que las comparaciones nunca son buenas, pero en
ésta ocasión a Andrea le estaba siendo de mucha utilidad. Al analizar y
comparar se dio cuenta que al final, no toda la culpa de que su matrimonio
hubiera terminado era culpa de su esposo, y que quien menos culpa tenía en ese
asunto era la joven mujer con la su marido se había ido. Por fin ella empezó a
aceptar su parte de culpa, algo de provecho tenían que tener tantas horas de
soledad y sin dormir.
La rabia y
el dolor se transformaron en culpa, comenzó a sentir remordimiento por la gran
cantidad de omisiones que había tenido, al final no había sido ni la amante, ni
la esposa, ni la mujer perfecta, había pasado años engañándose, pero hoy la
venda que cubría sus ojos estaba cayendo. Ahora empezaba a ver claro, y
comenzaba a tener el valor de aceptar la parte de culpa que le correspondía.
Aceptar
nuestros errores es una de las cosas más difíciles, se requiere de mucho valor
y mucha madurez para hacerlo, y ahora Andrea por fin estaba madurando y por
primera vez en realidad estaba siendo honesta consigo misma. Y volvió a
maldecir y a lanzar improperios pero esta vez contra ella misma, había sido tan
tonta y tan torpe, ahora no sabía qué le dolía más, si haber perdido los dos
mundos que había creado o el hecho de saberse traicionada, no por otros sino
por ella misma.
Y lloró y
lloró hasta que los ojos se quedaron seco, ya no hubo más lagrimas pero en su
interior ese dolor seco lejos de cesar se hacía más fuerte; y por tercera vez
volvió a levantar muros a su alrededor, pero en esta ocasión dentro de de esas
paredes no había nadie más que ella, esta vez el mundo que estaba construyendo
no era para dos ni tres, era únicamente para ella, no cabía nadie más. Decidió
cerrarse en sí misma para no volver a dañar a nadie ni permitir que nadie la
dañara.
Del otro
lado de la barrera, había gente que merecía estar dentro y que de diversas
maneras intentaba derrumbar los muros para acercarse a ella, sin embargo ella
rechazaba cualquier acercamiento, estaba pasando por un proceso en el que nadie
podía ayudarla, sin importar cuánto amor sintieran por ella. Enfrascada en su
culpa, sus miedos y sus emociones no se pudo dar cuenta que sin quererlo
lastimaba a quienes la rodeaban, estaba actuando de manera egoísta. Seguía sin
aprender nada.
Habían
momentos en los que sentía perder la razón, y es que no se pude vivir
ensimismado dando vueltas a los recuerdos, no se puede vivir en el pasado; y
buscando una salida se refugió en lo que ella llamó su piso trece, que no era
otra cosa que el espacio inmenso del internet. En él halló lectura de temas
interesantes, gente con quien platicar a todas horas y lo mejor de todo es que
era gente a la que nunca conocería en persona, esto evitaba cualquier riesgo de
lastimar o ser lastimada. Ella consideraba que su piso trece era inofensivo
pero lo más importante es que ella tenía absoluto control sobre él.
Quienes han
navegado en internet, saben que una página lleva a otra y en un momento conoces
cientos de sitios, unos de interés otros de entretenimiento y por supuesto, no
faltan los sitios de encuentros para hacer "nuevos amigos" Andrea se
dio de alta en uno y luego en otro y cuando se dio cuenta ya estaba inscrita en
casi todos los sitios de ese tipo. Encontró mucha gente con quien platicar,
sobre temas diversos, alguno interesantes, otros no tanto y otros -los más-
llenos de insinuaciones subidas de tono para el gusto de Ella.
Poco a poco
aprendió a jugar en ese universo, y a divertirse jugando con fuego sin poder
ser quemada, pero es bien sabido por todos que el que juega con fuego, termina
quemado, y eso justamente es lo que le pasó a Andrea.
Mirando
fotografías de hombres que participaban en esos sitios, se encontró con una que
llamó su atención, y no es que el hombre fuera un adonis, pero había algo en él
que la cautivó, miró durante mucho rato las fotografías de aquel hombre, en una
de ellas Él estaba tocando una guitarra, y esto llamó más su atención. Pronto
vinieron las primeras pláticas, y en cosa de días Andrea sintió que aquel
hombre tenía que ser parte de su vida; Él tenía algo que le atraía, y no dudó
en acordar una cita para que se conocieran en persona. El día convenido fue un
jueves de Enero por la mañana.
Aquella
mañana Andrea se levantó de la cama muy animada, pero lo más importante es que
estaba feliz, había nacido en ella una ilusión; ese día sus ojos tenían un
brillo especial, todos a su alrededor notaron el cambio y todos le dijeron lo
hermosa que se le veía esa mañana. Salió a la calle sonriente, tenía una cita
con el hombre que le regalaba un sueño y eso era todo lo que importaba en aquel
momento.
Todo el
trayecto no paró de pensar si al llegar le reconocería, a veces la gente se ve
diferente en fotografía y en persona; Andrea llegó algo retrasada a la cita,
esto era algo que le incomodaba, ella solía ser muy puntual, una de sus
cualidades era la puntualidad, estaba convencida que era una falta de respeto
muy grande abusar del tiempo de los demás.
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