Y un día, sin
planearlo, me volví agricultora sin conocer el oficio. Mi cuerpo fue tierra
fértil en la que se sembró y germinó la vida; mis brazos se volvieron invernadero,
y de mi cálido pecho brotó el blanco néctar que fertilizó los retoños nacidos
de mi parcela, y sentí crecer y extender sus raíces en mis entrañas hasta
convertirse en árboles frondosos que hoy me han bendecido con sus frutos.
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