Con la tristeza a flor de piel, se
vistió de negro y cortó las flores más bellas del jardín. Margaritas blancas y
rosas rojas para cubrir con ellas el cuerpo muerto de su amado, y encendió
cuatro cirios alrededor de la cama en la que yacía su amor.
Se dejó caer al lado del lecho, lloró
amargamente hasta que las flores se secaron y las velas se apagaron; y lloró
hasta que no hubo más lagrimas que derramar, pero el dolor no desapareció, únicamente
se secó, y un dolor sin lagrimas duele más.