jueves, 10 de mayo de 2018

Antes de ese día, no vi morir a nadie.

Imagen tomada de la web



Antes de ese día, no vi morir a nadie; sabía de la muerte y su impresionante drama, conocía a la perfección la inmensa soledad que deja al pasar por tu huerto… Lo que desconocía era el impacto profundo que causa presenciar el último segundo de una vida y el primero de su muerte.

Aquella tarde, le vi con la mirada perdida y los ojos fijos en la pared, lo miré con el semblante en paz y con la palabra perdida. La muerte rondaba su lecho, esperaba invisible el momento de vencer a la vida, la muerte esperaba paciente mientras yo, rogaba a la vida que le dejara seguir respirando.

Su corazón dejó de latir frente a mí, y yo, muda lo dejé partir. En aquel momento no hubo en mí ninguna clase de rebeldía, en aquel momento no lograba entender lo que estaba ocurriendo; le dejé ir sin despedida previa, sin brindarle un último “te amo” lo miré irse sin siquiera decirle: “No te vayas, aún te necesito.”

Las siguientes horas fueron de silencio y llanto, de negación, de mil “¿por qué?” Después de varios días, mi mente comenzó a entender que no volvería y, juro por dios, que el cielo lloró conmigo y mi entorno se volvió vacío… Juro que hasta hoy la vida para mí, sigue cubierta de frío.


María Del Pilar Sánchez Padilla Sánchez

Querétaro a mayo del 2018

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