domingo, 4 de diciembre de 2016

No tenía lo que me gusta.




No tenía los ojos del color que a mí me gusta, pero había algo en ellos que me atraía invitándome a hurgar en las entrañas oscuras de su alma, fue quizás su mirada inexpresiva y fría, la que me hizo caer llena de curiosidad en ese remolino de lóbregas aguas que vertiginosas giran, atrapan y conducen a lo profundo del abismo.

Sus manos no tenían el tamaño ni la forma que me encanta, pero eran el crisol en el que se funde lo místico y pagano; sus caricias condenaban mi piel a los infiernos y al mismo tiempo la salvaban llevándola a la gloria. El calor de esas manos ultrajó mi cuerpo las mismas veces que lo honró, aún así confusa volví una y otra vez en busca de sus caricias.


Su boca poco sonreía y a mí, me seducen las sonrisas amplias. No reía pero cuando lo hacía me llenaba el alma de alegría; no sonreía, pero sus labios poseían la exquisita dulzura de una miel que no empalaga e instiga a seguir bebiéndola y yo, hambrienta no supe detener los pasos que me llevaron tantas veces en busca de sus besos.

No tenía nada de lo que me gusta pero... Así lo amé con toda el alma.

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