miércoles, 15 de junio de 2016

Herida de muerte.




Por tercera vez tocó a su puerta y por tercera vez no hubo respuesta, su madre al otro lado de la puerta empezó a sentirse preocupada e inquieta por el silencio, sabía que ella estaba ahí, la había visto entrar corriendo a media mañana.

Margarita era la alegría de la casa, siempre estaba cargada de energía y vitalidad; sus carcajadas eran la música que daba vida al hogar, sus risas eran como el dulce canto del ruiseñor una mañana soleada de primavera, pero ese día... El ave calló.

La mujer volvió a tocar la puerta, esta vez con golpes desesperados ¿Te encuentras bien? -Preguntó casi gritando- pero nuevamente no hubo respuesta por lo que decidió entrar. La chiquilla estaba sentada sobre el piso en un rincón de la habitación con las manos en el pecho, el rostro pálido y los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

Margarita estaba agonizando, hacía ya rato que había comenzado a desangrarse; por el pecho le brotaban a borbotones las ilusiones y el sentimiento, la decepción le había atravesado el corazón hiriéndola de muerte.

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