sábado, 5 de abril de 2014

Paréntesis. Cuento corto



El cochecito, la ciudad y el robot.

Un día caminando por la vida encontré un cochecito... chiquito, estético y de bonito color y con un motor que era prácticamente nuevo.

Al conducirlo noté que sólo le habían dado unos cuantos arrancones que no habían sido suficientes para aflojar su flamante motor, por lo que necesitaba un dueño que lo hiciera correr. De preferencia un ingeniero mecánico que supiera instalarle un equipo sofisticado y escaso con el que quedaría alisto para competir en las mejores pistas y con los mejores corredores del mundo... ¡qué lástima! el dueño no tenía tiempo más que para darles algunos arrancones de vez en cuando al lado de de autos con carrocerías bonitas y corredores inexpertos, se conformaba con eso -¡Qué desperdicio!- Era un carrito maravilloso que podría ser perfecto e inigualable.

El cochecito estaba en una ciudad impresionante y desperdiciada como él. Era una ciudad pintoresca, bella, perfectamente planeada y edificada... Debió construirla un genio en arquitectura. Llena de riquezas sin fin.

Ahí conocí dos preciosos pedernales, que brillaban como estrellas y cuya luz emanaba más brillo y más calor que los mismos rayos del sol. Contaba con un mar grandioso, poseedor de las perlas más perfectas y blancas que nadie vio jamás.

Había también montañas, valles y quebradas distribuidas de manera tal que lograban un paisaje que parecía hecho de terciopelo... digno de admirar.

Lamentablemente esta ciudad era gobernada por un robot, por demás elitista al que se le había programado solo para trabajar y pensar, así que la ciudad que gobernaba no pasaba de ser más que una herramienta y como tal la pintaba, limpiaba y mantenía aceitada. Motivo por el cual los visitantes salían prácticamente huyendo, porque no encontraban cordialidad, atención y buen trato.

En esta ciudad no sabían qué hacer con la gente, no sabían para que servía aparte de trabajar. Así que esa fantástica ciudad junto con su flamante cochecito y su metalizado robot, quedó convertida en un desierto, cubierto de polvo sin flora ni fauna, o lo que es lo mismo... quedó sin vida.

¡Qué pena me dan!

El flamante cochecito, porque sería feliz con otro dueño en otra ciudad.

La monumental ciudad, porque progresaría más con un gobernante más humano que la llevaría a alcanzar la perfección.

Y el pobre robot, porque con un programa adicional y un corazón, sería un ser humano genial.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario