miércoles, 30 de abril de 2014

La pandilla nocturna en casa de Rocío


Felipe tenía tres hijos de su primer matrimonio, dos varones y una mujercita con quienes pasada la primera me aceptaron. El que más se resistió fue Ricardo, después supe que él pensaba que yo era igual que mi hermana, por lo que no quería tratos conmigo; al final terminamos siendo muy buenos amigos y compañeros de alguna que otra travesura, a pesar de que yo era varios años mayor. Doña Paz que era la señora que ayudaba a mi hermana con los quehaceres de la casa y cuidaba a Memito y Tony -nuestros hijos- también formaba parte de nuestra pandilla nocturna, que todas las noches cuando la familia se iba a dormir y Ricardo regresaba de visitar a su novia nos reuníamos en la cocina de la casa y podíamos estar ahí por un largo tiempo jugueteando y riendo como locos, procurando no hacer demasiado ruido para no despertar a Rocío, ya que no le gustaban nuestras reuniones nocturnas, creo que estaba un poco amargada, por eso no entendía nuestra locura, era como si le incomodara nuestra alegría. Hacía tanto tiempo que no experimentaba esa sensación de libertad y felicidad que en algunos momentos me parecía que estaba viviendo un sueño del cual no quería despertar.

Iliana, otra de las hijas de Felipe era una niña encantadora aunque para mi gusto un tanto melancólica, huraña, retraída y triste, siempre me daba la impresión de que algo no marchaba bien, pero en realidad nunca supe que. Ella en el tiempo que pase en esa casa también me dio muchos momentos lindos y dibujó muchas sonrisas en mí.

Daniel el tercer hijo de Felipe al igual que sus hermanos era un chico muy simpático, aunque con él no conviví mucho porque él vivía en casa de su abuela, aún así me agradaba mucho, aunque era un poco tremendo y precoz para su edad.

De aquel tiempo y aquellos chicos tengo recuerdos muy lindos, siempre que pienso en ese período mi mente y mi corazón experimentan una sensación especial que me llena de alegría, daría cualquier cosa por poder regresar en el tiempo y revivir cada uno de esos bellos momentos.

Por alguna razón la felicidad se da con cuentagotas, jamás es completa ni eterna, cuando más cerca te encuentras del cielo vienen sucesos que te regresan de golpe al suelo, y en mi caso no hubo excepción. Javier estaba en la ciudad y parecía que no había ido solo, lo acompañaron determinados hechos que empezaron a opacar la dicha que vivía.

Empezó a buscarme con la firme intención de que yo regresara a su lado, juro que no quería volver, pero muy dentro de mí algo me empujaba a sus brazos, a esa jaula infernal que cortaba mi libertad. ¿era amor? ¿era miedo o costumbre? lo cierto es que en el fondo de mi corazón sentía que lo amaba, que me hacía falta estar a su lado, ahora que lo pienso creo que tal vez padecía del síndrome de Estocolmo doméstico, o en el fondo estaba convertida en una masoquista perdida.

Me resistía a volver a pesar de la confusión emocional que sentía, amor, odio, miedo... una mezcla por demás extraña que no me permitía pensar claramente. Cuando más confundida estaba ocurrió algo que fue decisivo para que regresara con él; un día al volver del trabajo encontré a mi pequeño Tony con su piel muy quemada por el sol, tenía su carita y sus brazos muy rojos, pregunté de inmediato que le había pasado, y me dijeron que por algún motivo -que no recuerdo- y a manera de castigo lo habían dejado en una terraza bajo el sol por mucho tiempo, mi indignación y mi coraje fueron superlativos, no entendí ni entendí nunca como se puede una persona ensañar de esa manera con un pequeño de aproximadamente dos años, sin importar la travesura que haya podido hacer. a partir de ese momento no pude estar tranquila, pensaba que en cualquier momento podían volver a hacerle lo mismo o tal vez algo peor, por lo que terminé regresando con Javier, primero estaba el bienestar de mis pequeños.

Y ahí empezó una nueva etapa al lado de Javier...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario