martes, 18 de marzo de 2014

Jugando al amor


Habré tenido unos ocho años , cuando llegaron nuevos vecinos a la cuadra. 
Se mudaron a la casa de enfrente y eso fue fantástico porque entre los nuevos vecinos había dos chicos (Lupita y Manuel)  que curiosamente eran casi de la misma edad de Roberto y yo.  Con ellos cultivamos una linda amistad que duro hasta después de la adolescencia.
Manuel fue mi primer novio, y fue algo bien curioso porque éramos  unos niños jugando a ser mayores. Ahora que lo recuerdo me causa mucha gracias y al mismo tiempo me da mucha ternura. Dos niños jugando a descubrir el amor a través de cartitas que nos mandábamos con nuestros hermanos  que en ese entonces hacían un poco de celestinos, sin siquiera enterarse. Aquello  sí que fue lindo... Ese miedo a ser descubiertos, ese esperar por una nueva carta y leerla rápidamente  para esconderla antes que alguien la viera. Ojala el amor siempre  fuera tan simple, tan ingenuo y maravilloso toda la vida. Jamás nos tomamos de la mano y mucho menos nos besamos y sin embargo ese recuerdo tiene un lugar más que especial en mi memoria.
Desde entonces aprendí que nada es para siempre por más bonitas y fantásticas que sean las cosas.
Entre mas crecíamos más nos distanciábamos hasta que llego el día en que ni siquiera nos volvimos a hablar.
No puedo dejar de contarles  que Manuel una vez que fue de vacaciones a la playa, me trajo un regalo que en ese tiempo me pareció lindísimo, un montón de conchitas de muchos tamaños que el mismo recogió, y que me envió dentro de un sobre.
¡Ay qué tiempo aquel tan maravilloso! 

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